Si estas paredes hablaran…

1 diciembre, 2021
Si estas paredes hablaran…

Querida comunidad

El día martes 23 de noviembre recibimos de manos del Intendente, la placa recordatoria de la declaración de “Lugar Histórico” de nuestro “Castillo”. Si bien había sido firmada en el 2009 por resolución del Consejo Deliberante Municipal, no lo habíamos manifestado formalmente. La importancia de este hecho, es reconocer que nuestra escuela posee uno de los pocos sitios históricos que aún siguen presentes en el Municipio, y éste no es el fin de la historia.
Nuestra escuela tiene un valor significativo para la comunidad que se funda en la tarea educativa, por la que han pasado generaciones, que se traducen en familias de abuelos/as, hijos/as y nietos/as que aún transitan por patios y aulas; otro es la importancia y referencia que implica el compromiso social del estudio como trabajo, de la libertad para pensar, de la solidaridad como valor; otro el clima de afecto y la pertenencia a la “casa” como muchos expresan.
Todo esto no podía ser celebrado en un acto protocolar, y por eso lo hicimos como un encuentro más cercano y familiar, donde incluso fuese posible compartir historias, sentimientos e ideas. Pero ahora nos queda la tarea de que llegue a toda la comunidad, y por medio de nuestros alumnos, el verdadero sentido de este reconocimiento: la historia sólo vale si nos ayuda a ver con claridad el presente que vivimos, y hacia dónde estamos seguros queremos ir.
Pero no van a ser las paredes las que deban hablar, sino lo que nosotros podamos y sepamos decir a partir de ellas. Les comparto algunas imágenes del encuentro y un texto que escribió nuestra vecina “María Rosa Lojo”, sobre esa historia de la que formamos parte:

“El Instituto Inmaculada y el que todos los vecinos llamamos “el castillo” de los Ayerza, me acompañan desde el año 1960 hasta la actualidad. Mi casa está en la calle Marqués de Loreto, justo frente a la cancha de deportes de la escuela. Es mi casa de crianza, que recibí de mis padres, donde crecieron mis hijos y que fuimos actualizando y reformando junto con mi marido.
Ahora ya no puedo ver “el castillo” desde las ventanas del primer piso, como lo veía en mi infancia, alto y despejado, con árboles frutales que cubrían el parque. El techado del campo deportivo lo tapa todo. Pero sé que la vieja mansión sigue atrás y que muchas memorias de Castelar y de mi propia vida, anclan ahí.
Aunque no fui exalumna de Inmaculada (en aquella época los colegios religiosos se dividían por sexos), sí estudié la primaria y la secundaria en el cercano Sagrado Corazón. Durante dos años en particular: 1970 y 1971, hubo una intensa circulación entre ambas escuelas. Eran momentos de apertura, cuestionamiento, debates que los alumnos y alumnas de los últimos cursos del secundario compartíamos bajo la guía de sacerdotes, monjas, y seminaristas. Desde el último Concilio Vaticano II se habían dado cambios cruciales dentro de la Iglesia, florecía la Teología de la Liberación, se leían los documentos de Medellín, surgía el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. El sentido de la fe y la mejor práctica posible de una vida orientada por ella se replanteaban en todos los planos, también, claro está, para los laicos que formaban parte de la Iglesia de Cristo.
Pero no solo se hablaba de fe: se estudiaba, se leía de todo, se hacía arte, en equipo y como una empresa colectiva, a través del teatro. L as dos escuelas tuvimos, entre otros, un inolvidable profesor en común: Carlos García Mochales, que nos metió en el mundo de García Lorca y de Arthur Miller. Bajo su dirección nos atrevimos a poner en escena una de las piezas fundamentales del dramaturgo estadounidense: Todos eran mis hijos, tan en consonancia con el espíritu de responsabilidad social que marcó esa etapa.
Expectativas, ilusiones, búsquedas, vocación de servicio, voluntad de construir una sociedad mejor que la heredada (lo que a veces desembocó en fuertes enfrentamientos generacionales) signaron esos momentos de nuestra adolescencia. También llevaron a algunos de estos chicos y chicas hacia una militancia política que asumirían activamente en sus años universitarios. Parte de mis compañeros y compañeras de teatro pagarían con sus vidas ese compromiso.
Necesité muchos años para volver la mirada hacia esa tragedia que marcó a nuestra generación y a toda la sociedad argentina. Para encontrar las palabras que interpretaran y repararan el tejido de la memoria. No fui militante al estilo de ellos. Pero me convertí en escritora y a mi manera quise dejar una huella y prestar un servicio a través de mis libros. Transformarme en un canal donde pudieran oírse las voces de los otros. Dar testimonio. Esas voces que resonaron junto a la mía en la gran sala subterránea de Inmaculada donde montamos la obra, quedaron en una de mis novelas: Todos éramos hijos (2014). Ahí aparecen, transfigurados por la ficción, los queridos fantasmas de esta escuela y de la mía, desaparecidos y muertos tan jóvenes que puedo mirarlos maternalmente, con inmensa pena y ternura. Hoy son mucho menores que mis propios hijos.
Compromisos anteriores me impiden reunirme con ustedes en este momento tan significativo para nuestra comunidad. Espero que muy pronto, cuando el “castillo” se inaugure como Casa de Cultura, pueda encontrarme aquí personalmente con representantes de varias generaciones: quienes estuvimos en aquel tiempo y los que inician ahora su recorrido. Ya en otras ocasiones fui invitada por las autoridades de las dos escuelas: Inmaculada y Sagrado Corazón, para hablar de mi experiencia y de mi libro y, a través de la memoria, reconvertir, junto a sus alumnos y profesores, el duelo en futuro.
El reverso de la elegía por lo perdido es la construcción y el llamado hacia mundos nuevos. Sin duda, es lo que aquella compañía teatral adolescente hubiera deseado para todos quienes hacen en este espacio, desde estas aulas, su aprendizaje para el gran teatro de la vida”.

María Rosa Lojo – palabras de adhesión

Compartir estas imágenes nos da fuerza en esta última etapa del ciclo lectivo, despues del compromiso con el que venimos desarrollando nuestra tarea. Y cómo nuestro “Castillo”, somos la escuela que sigue de pie en todos y cada uno de los momentos difíciles e importantes que le toca vivir. Pero no lo hacemos solos, están nuestros compañeros, nuestra comunidad y vamos siempre de la mano de María Inmaculada. Gracias por el compromiso de cada día.

Con afecto, Carlos Visca

 

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